Aterrizamos en un vuelo de Satena procedente de Bogotá en la pista del aeropuerto Fabio Alberto León Bentley de Mitú, ubicado en el centro de la capital de Vaupés. Un terminal aéreo modesto y anticuado donde se veían estacionadas varias aeronaves pequeñas de aerolíneas desconocidas en el centro del país. El vuelo tardó una hora y media y salió casi de madrugada.

Mientras esperábamos las maletas que son depositadas manualmente en una carrusel de equipaje completamente circular, antes de salir, debimos acercarnos a un mostrador a cancelar un impuesto pro turismo obligatorio de 45 mil pesos, y anotar nuestros datos personales de ingreso a la ciudad en un viejo libro de registro.

En Mitú no hay taxis, ni buses, de hecho hay pocos carros particulares, el transporte público predominante son los moto carros que pululan por la ciudad y que cobran $2.500 el trayecto por persona. En un motocarro caben hasta cuatro pasajeros. No resulta un mal negocio para los locales, según me contó un joven mituense "moto carrista", en un día normal hace alrededor de 100 viajes.


El Vaupés, ubicado en plena selva amazónica, carece de vías terrestres para su comunicación, así que solo se puede llegar hasta su capital por aire o por río, y esa falta de vías de acceso sin duda han marcado la diferencia en cuanto a su desarrollo.

Todos los insumos, provisiones y víveres llegan a Mitú por avión de carga y muchos por río, como las vacas que se comen. Los carros, materiales grandes de construcción y el ganado ingresan por vía fluvial casi siempre desde Calamar, Guaviare o el Meta en trayectos que toman de 15 a 20 días. De ahí que  en ocasiones, los productos básicos escasean. Los primeros dos días de nuestra estadía no conseguimos agua en botella para beber en ningún local, solo había gaseosas y cerveza. 

La infraestructura hotelera es precaria así como los restaurantes o el comercio. La mayoría de hoteles, estaderos y tiendas de Mitú son de propiedad de personas oriundas de Antioquia (paisas). No hay edificaciones de más de dos pisos y el Hospital es de segundo nivel. La población es en su gran mayoría casi el 70% indígena. Vaupés, a pesar de su extensión, tiene apenas tres municipios y otras áreas no municipalizadas. 

Su clima es tropical. Un calor sofocante de 28 grados o más, con una humedad tremenda y una forma de llover inclemente. Llueve casi a diario y con ganas. La luz se va seguido pues no hay electrificadora sino que dependen de cuatro plantas de diesel. Es una ciudad capital con cara de pueblo triste donde el progreso no se vé por ningún lado. 

Tiene un malecón a lo largo del río Vaupés que sirve de lugar de esparcimiento para los lugareños, y termina en la llamada "playa", un lugar lindo con arena blanca. También está cerca Puerto Calvo donde arriban las embarcaciones que abastecen la comunidad.

Según comentan los mismos mituenses, el retraso local también tiene mucho que ver con la frágil presencia estatal. Para muchos, la ciudad se fracturó desde la devastadora toma guerrillera de 1998, cuando unos 500 hombres de las FARC sitiaron Mitú durante 72 horas, arrasando con la estación de Policía, el palacio de justicia, la registraduría, la pista del aeropuerto y el alma misma de la ciudad, que aún no se recompone de ese episodio tan oscuro. Decenas de familias se dividieron por cuenta de esa violencia y otras huyeron por el miedo. 

Hoy, 26 años después, el fantasma y los rezagos de aquella toma se sienten en la  población. Los índices de suicidio en el departamento han aumentado entre jovenes indígenas que prefieren la muerte a ser reclutados por los grupos armados y disidencias que aún operan en la región.

El encanto de Vaupés

Como todo territorio indígena y ancestral está lleno de mitos, leyendas y tradiciones. Una de ellas, y  muy arraigada en este lugar, es la de los supuestos efectos enamoradizos del chundú, una especie de "queréme" amazónico, mezcla de yerbas poderosas, que señalan ser la causa de decenas de romances repentinos y amarres duraderos que ocurren en esa región.

Por razones de trabajo, visitamos también una comunidad indígena internada en la selva a una hora en lancha desde Mitú y casi tres horas de caminata empinada entre la tupida vegetación. El trayecto en chalupa lo hicimos por el río Vaupés en medio de un amanecer color rosa y naranja y un paisaje exhuberante. Vimos pocas aves y escasos pescadores, pero unas aguas calmas y oscuras rodeadas de un verde salvaje.


El camino a la comunidad de Wacará lo hicimos de la mano de Edgar, un guía indígena de la etnia kakua que nos indicaba por qué piedra y qué tabla debíamos pisar en medio de una trocha húmeda llena de trampas naturales que solo ellos conocen a la perfección. Fuimos a conocer una escuela que la gobernación está construyendo con recursos de regalías para este pueblo y que beneficiará a unos 110 niños.



En el recorrido, Edgar nos contó que aún cazan con cerbatanas monos, pavas y lo que encuentren: que a menudo hallan huellas de felinos y que las serpientes abundan. Luego de unos 8 kilómetros de caminata en un pequeño valle se encuentra la población, que ese día de mayo estaba reunida en pleno en la maloka y nos recibieron con emoción.




Jerson, la autoridad tradicional, o capitán como le llaman, lleva cuatro años al mando y su padre estuvo 35 al frente de esa comunidad. Él y otros pocos hombres hablaban español con fluidez y apoyaron la traducción. Las mujeres son fuertes y cargan a pie las remesas y víveres que les llegan de Mitú una vez al mes. Además, juegan fútbol, de hecho la maloka estaba adornada con un par de copas doradas que ganaron en torneos y al final, nos solicitaron un apoyo económico para dotación del equipo femenino de Wacará.

Antes de emprender nuestro largo regreso a pie, entrevisté al capitán quien habló de los grandes beneficios que les significará la escuela en construcción. Me contó sobre la tradición que siguen para el ascenso como autoridad, y sin tapujos, me confesó que eran la última comunidad indígena canibal del Vaupés. "Nosotros hacemos nuestro propio veneno mortal de plantas, de los bejucos, se hierven y se extrae de ahí", un veneno tan letal que con "solo una rozadita" dice, causa la muerte. "Ahora más que todo lo usamos para la cacería de animales", puntualizó, como para tranquilizarme pero ya la palabra canibal retumbaba en mi cabeza.

El retorno al punto donde nos esperaba la lancha se hizo eterno por la alta temperatura en la selva, y porque la concentración debía ser mayor pues bajamos ya sin guía; completados los 16 kilómetros de camino, ver el río fue un gran alivio. 

El vuelo de regreso a Bogotá fue perfecto a bordo de un avión de la compañía Sarpa que operaba para Satena. De regreso a mi casa por la avenida El Dorado, viendo el transmilenio, el acostumbrado trancón de carros y los altos edificios, pensé que muy seguramente para alguien que venga de la selva de Vaupés - el departamento menos poblado del país-, el Distrito capital debe ser toda una jungla de cemento.