Llegué por primera vez a Putumayo con la expectativa propia de una persona oriunda de la costa norte del país, por conocer uno de los departamentos ubicados más al sur de la geografía colombiana. El avión de Satena la aerolínea oficial, y una de las dos que viaja a este destino, aterrizó en el aeropuerto de Villa Garzón, un municipio a 30 minutos de la capital Mocoa. 24 grados centígrados de temperatura, con sensación térmica de unos 28 o 30 grados, por la fuerte humedad que se siente, me recibieron.
La carretera de camino a Mocoa está en buenas condiciones, salvo por unas obras en la vía que obligan a hacer varios cierres para dar paso a uno u otro sentido de vehículos. El paisaje alrededor es exhuberante. Verde intenso, vegetación frondosa, ríos y cascadas, selva amazónica. El conductor del carro que me transportaba resultó ser un político local que conocía muy bien su región, así que mientras entregaba detalles de los sitios turísticos, yo intentaba descifrarle su acento. Me sonó como pastuso.
En el recorrido ví la entrada al CEA (Centro Experimental Amazónico) donde está el Parque Suruma y el museo del mismo nombre en el que trabajó mi hija varios meses en su montaje y que me recomendó tanto visitar. Esta vez no fue. Observé también con algo de asombro a una mujer joven y rubia con pinta de extranjera que andaba sola por esa carretera, relajada, y disfrutando del paisaje con apenas su mochila a cuestas. El conductor conversador ya me había comentado que últimamente llegan muchos turistas al Putumayo, en su mayoría provenientes de Europa y Norteamérica, "colombianos no vienen tanto".
Mocoa es una ciudad vivaz y ruidosa. Sus vías son onduladas, con calles empinadas y otras en bajada. Me hospedé en un hotel pequeño, con aire acondicionado por una tarifa de 70 mil pesos la noche, unos 18 dólares. También había opción de tomar una habitación con solo ventilador por un menor precio. Al entrar a mi cuarto lo primero que encontré fue un grillo instalado en la cama y por tratar de sacarlo por la ventana, terminé tumbando la cortina que luego me ví en aprietos para reinstalar. Por la noche y aunque estaba con las ventanas cerradas por algún lugar se colaron mosquitos y otros bichos a la habitación. Al día siguiente, pedí prestado en la recepción un insecticida en aerosol y el asunto se resolvió.
El desayuno lo tomé a pocas cuadras del hotel, en una cafetería acogedora y bien decorada. Huevos al gusto, pan o arepa, café y jugo de fruta por solo $9 mil, (USD 2.34), tremendo precio. En general Mocoa me pareció una ciudad capital barata. Olvidé llevar mi cepillo de dientes y en el lobby del hotel compré uno nuevo, crema dental y un jabón en barra por $16 mil (USD 4.16). Por esa suma en Bogotá solo habría podido adquirir el cepillo. El precio del galón de gasolina corriente en cambio, es uno de los más altos del país, ronda los 15 mil pesos.
A casi siete años de la tragedia ocurrida el 31 de marzo de 2017 - cuando se desbordó el río Mocoa y sus afluentes Mulato y Sangocayo que atraviesan la ciudad-, las obras de mitigación y reconstrucción a cargo de la UNGRD con recursos del Sistema General de Regalías no han avanzado. Aún se ven escombros y rocas gigantes que le recuerdan a la población el temor de esa oscura y lluviosa noche que arrasó con la vida de más de 320 personas, afectó 17 barrios y dejó 400 heridos y cerca de 200 desaparecidos.
Según me comentó el político y conductor, la gente vive con miedo porque el fantasma de una nueva inundación los ronda. "Aquí por ser selva llueve mucho, de siete días, llueven tres". La gente con la que pude conversar me pareció amable pero de mirada desconfiada. Con rasgos indígenas muchos y piel canela. En Putumayo hay más de 30 comunidades y resguardos indígenas.
En cuanto a su comida, lo típico es la cachama frita (pescado de río) o el tacacho, una especie de cayeye preparado con puré de plátano verde, hogao y chicharrón picado. También probé un delicioso arroz con leche con sabor a café y otro con arequipe que venden en la vía hacia Villa Garzón.
Con un inmenso potencial turístico que por ahora disfrutan y al parecer conocen más los extranjeros que los turistas locales, sin duda, el Putumayo es un destino extremo y por explorar. No en vano quedan allí el "Fin del mundo" y la carretera del "Trampolín de la muerte".
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