Después de un día de caminatas largas y empinadas sobre todo, por los sitios turísticos obligados de Toledo, la noche de ese domingo de enero llegó con su esperada calma. El centro histórico de esta ciudad medieval de callecitas estrechas y oscuras se vistió con su misterio propio y un silencio casi sepulcral.

Un té de jazmín en la tetería Dar Al-Chai parecía haber sellado la jornada. De camino al hotel, en la Plaza de Barrio Rey, un bar esquinero con luces y ambiente de taberna americana rompía la monotonía de la calle.  El lugar resultó por descarte, pues era casi el único sitio con vida a esa hora, - apenas pasadas las 9 pm- la mejor opción para tomar una última copa antes de ir a dormir y rematar la fría noche toledana.

El bar Tierra atendido por dos jóvenes meseros y supervisado por su propietaria, Carmen Molinos, “la Moli" se autoproclama como de Alta cocina urbana y un "World food bar". Sirve un menú tradicional de esta tierra con platos como siervo y perdiz y otro del 'Mundo' que incluye hamburguesas, burritos mexicanos así como hummus y falafel árabes, todo esto acompasado al ritmo de clásicos del rock y éxitos musicales de los 80.

El logo del bar es una especie de platillo volador y las camisetas de los meseros tienen impreso al lado del nombre Tierra, una figura de un alien con el eslogan: “Venimos en son de paz". Como si fueran de otro planeta. Y la verdad es que sí, en este bar se respiraba esa noche una atmósfera especial.

En la barra, con chaqueta negra de rockera y pantalones ajustados, una mujer ya entrada en sus setenta años conversa con todos y disfruta de la rumba hasta tarde. "Es la dueña", asegura uno de los meseros, "y es muy maja". Es la Moli.

De pronto dos parejas se presentan por iniciativa de una joven alegre con acento extraño. "Hola soy Beca y tú cómo te llamas? ¿De donde vienes? Beca es la abreviatura de Rebeca una francesa encantadora que sonríe y baila con cerveza en mano como si no hubiera mañana. La acompaña un joven madrileño de sonrisa amplia que la pasa bien.

“Me llamo Ilse y soy de Colombia” y entonces gritan y celebran mi nombre raro y me besan y me abrazan como si hubiera ganado un premio mayor.

Beca se arrima y cuenta que está enamorada del chico madrileño porque la deja ser y le aplaude su espontaneidad, a diferencia de su ex, un francés que la controlaba y reprimía. Brinda y vuelve a bailar.

Sus amigos recién conocidos son Isabel y Jorge. Ella, una rubia gallega dulce y de ojos claros que ya no logra enfocar por el exceso de cervezas, comenta que trabaja como funcionaria pública en Toledo hace unos años y que quiere irse a Asia para olvidarse de un amor que ya tiene dueña. "Me enamoré qué puedo hacer, me enamoré, confiesa y en segundos su mirada se encharca en lágrimas mientras sigue bailando, distrayendo su tristeza. Él, un tipo extraño de mirada turbia detrás de unas gafas gruesas se nota que solo es su compañero casual. Isabel recita sin parar un discurso sobre la hermandad hispanoamericana mientras todos seguimos brindando y ella se acerca cada tanto a estamparme un beso en las mejillas.



Beca se mantiene en su tarea de presentar gente y entonces aparecen Jose y Valeska, una chilena de raíces polacas y él oriundo de Almería en Andalucía. Tiene pinta de hombre rudo, calvo y tatuado, pero su sonrisa buena y desdentada lo desarma. El hombre resulta ser jardinero y adora a su chilena que coordina la fundación “Anabella” dedicada a luchar contra la violencia de género, pues ella misma fue víctima de abuso doméstico. "Con una vida que salvemos ya es un gran trabajo", dice Vale mientras aprovecha para pedirnos los teléfonos y ampliar así contactos para su red de apoyo femenino.

Luego se integran una chica vasca y su compañero, un exmilitar de barba desordenada e historias exageradas, así como otra pareja compuesta por un joven español y una chef mexicana de trenzas largas. Para completar esta constelación pluricultural y extraordinaria de almas conectadas, todas vibrando en la misma frecuencia y disfrutando tanto como yo, un guapo consultor asturiano con pinta de alemán invita otra ronda de cervezas y la gente vuelve a brincar.

Definitivamente a veces la vida nos sorprende. Aquella noche de domingo en Toledo que parecía perdida, se extendió hasta las 2 de la madrugada en un inesperado, alocado e inolvidable encuentro para quienes coincidimos en aquel lugar de todos llamado Tierra.