Foto: Portafolio |
Por estos días no se habla más
en los medios, las redes y conversaciones de pasillo que del escándalo del Mintic.
En este nuevo y triste episodio de corrupción, quizás el más grande del actual
gobierno, muchos apuestan por la pulcritud de la ministra Karen Abudinen y aseguran
que no tuvo nada qué ver en la embolatada de más $70 mil millones de pesos del
anticipo que se le dio a la Unión Temporal Centros Poblados, que hoy mantiene
sin internet a niños de 7 mil colegios en veredas y zonas apartadas del país. Otro
tanto, en cambio, apuestan por que la ministra sí estaría involucrada en ese
sucio entramado y la señalan sobre todo en las redes de cómplice y corrupta.
“Yo no me robé esa plata” dijo la ministra en
su defensa durante el debate de moción de censura la semana pasada en el
Congreso y de seguro que no, ¡faltaba más que sí! Es entendible que la ministra
quiera limpiar su nombre, pero sin duda esa tarea le sería más fácil y digna hacerla
desde afuera. Si la ministra quiere mostrar grandeza y que es una funcionaria
pública correcta, debería hace rato ya haber dado un paso al costado, asumir la
responsabilidad política que le corresponde como cabeza de la cartera foco del
escándalo y presentar renuncia a su cargo en el Ministerio de las TIC.
Por el contrario, Abudinen ha decidido aferrarse al cargo, y exponerse a todo tipo de críticas, señalamientos, burlas, memes y comentarios. Lamentablemente sus argumentos de defensa de que fueron engañados por unos “delincuentes” y de que los señores de Centro Poblados le hicieron trampa al Estado no compensan la enorme falta y descuido en el cumplimiento de su deber de velar y cuidar los recursos públicos y evitar que todo eso ocurriera. La verdad resulta un poco cínico cuando se le ve y oye en televisión y radio indignada y ofendida por el accionar delictivo de la empresa que justamente contrataron, de la interventoría que escogieron y de algunos funcionarios al interior de su propio Ministerio.
Desafortunadamente
no es suficiente que haya ordenado la caducidad del contrato y anunciado que
este quedará en manos de la ETB, segundo proponente en esta licitación; ni así sus
promesas de que se recuperará hasta el último centavo de ese anticipo que
terminó en un paraíso fiscal en Delaware, Estados Unidos. Las denuncias ante entes de control, las
acciones administrativas, embargos y escasos despidos que ha ordenado tampoco
le alcanzan para desmarcarse de semejante escándalo que le estalló en su casa.
Es una lástima porque es innegable que Abudinen venía forjando una carrera en ascenso y ha sido una funcionaria que ha trabajado duro y parejo los últimos años en el sector público. Lo hizo en Barranquilla como Secretaria de Gestión Social y Secretaria de Educación de la Alcaldía durante la administración de Alejandro Char, luego en el ICBF en el gobierno Santos y antes de llegar al Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones en el actual gobierno, como Alta Consejera para las Regiones donde cumplió un rol destacado al frente de los Talleres Construyendo País.
Sin duda este penoso episodio de corrupción llegó a empañar su carrera y al parecer también su visión y capacidad de discernimiento para comprender que, aunque está en todo su derecho de defender su buen nombre, incluso ante la RAE, primero está el asumir las consecuencias de haberle fallado a los colombianos por acción y omisión al dejarse meter semejante gol que hoy tiene sin conectividad a miles de niños de los rincones más lejanos y necesitados de Colombia.
Ministra, cuando está en juego la dignidad, quizás como diría el profe Maturana, “perder es ganar un poco”.
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