Es cierto que el amor y la amistad se deben celebrar todos los días pero el mes de septiembre siempre será un buen pretexto para rendir homenaje a ese sentimiento y a esa relación. Sobretodo a la amistad, que de acuerdo con estudios científicos podría ayudar a reducir el estrés, lidiar con traumas, cambiar o evitar malos hábitos y en definitiva a aumentar la felicidad.
Por eso quiero dedicar esta entrada a mis amigas, un regalo de la vida que atesoro porque hacen que todos los momentos sean más reales, bonitos, valiosos y llevaderos.
Para empezar, están mis amigas del colegio, hermanas de la vida con las que crecí y con quienes nos une un vínculo irrompible. Juntarnos cada cuanto es una necesidad y saludarnos todos los días por un chat, una hermosa costumbre. Nos queremos y apoyamos incondicionalmente desde chiquitas y de seguro hasta viejitas.
Para una de ellas soy la hermana que no tuvo en casa y a punta de risas, complicidad y afinidades, aprendimos a tejer (literal) un lazo especial que nunca se desatará.
Tengo mi amiguita del alma con la que hemos compartido las duras y las maduras. La que me siente y me presiente a la distancia y sabe exactamente cuando llamar a preguntar si todo anda bien, justo cuando algo anda mal. Sus visitas, su risa y sus abrazos son un bálsamo que invaden siempre de alegría nuestra casa, pues ya no soy yo sola la que reclama su presencia, sino también mis hijos que la adoran tanto como yo.
En el centro de todo está mi amiga, mi alma gemela, la que me vio y me escogió el primer día de inducción en la universidad y de quien nunca más me pude despegar. Mi chicle, mi complemento perfecto, mi apoyo incondicional. Vive lejos pero nuestra amistad es la prueba de que el amor se siente con el corazón no con el cuerpo. Lo que es con ella y su familia es conmigo y lo que es conmigo y la mía es con ella. Somos una sola y así será hasta siempre.
Tengo mi amiga-hija que adopté y que cuido como un tesoro. La aconsejo, la ayudo, la guío, regaño y defiendo a muerte porque no quiero que repita mis errores sino las buenas experiencias. Me hace reír con sus locuras y a fuerza de trabajar muchos años juntas, me conoce las mañas, el ánimo y nos entendemos sin tener que hablar.
Un buen amigo - porque también los tengo- me dijo un día que de tanto andar con la misma amiga no iba a encontrar ni una más. Y a alguien le escuché que los amigos que no se hacen antes de terminar la carrera ya no se hicieron. Por fortuna, en los dos casos no ocurrió así, porque ya entrada en mis cuarentas he encontrado grandes nuevas amigas.
Una de ellas es mi comadre, mejor dicho mi comother, aunque ninguna le haya bautizado un hijo a la otra. Ella es de Boyacá pero de corazón costeño; no hay vallenato que no se sepa y hasta terminó siguiendo su palpitar y hoy vive enamorada de un barranquillero en mi ciudad natal. Es la mejor amiga a la hora de escuchar, brindar un consejo, de espíritu sabio e incondicional.
Tengo la suerte de tener otra gran amiga que tiene nombre de flor y la sonrisa pronta. Es casi 20 años menor que yo pero me regaña. Todo en su vida le gusta color rosa y así mismo se la merece. Se sentaba cerquita mío y ahora se mudó. Yo la extraño todos los días porque ella como el folclor que tan lindo baila, es un solo derroche de alegría.
El trabajo en Bogotá me dio la dicha de cruzarme con mi paisana más auténtica. Una barranquillera de pura cepa, de voz recia y corazón gigante. Ella, aunque 13 años menor que yo, ha sido mi jefe, apoyo y compañera de andanzas por todo el país. Es brillante, sencilla y servicial. Aparenta ser dura y es pésima para expresar cariño pero es una amiga incondicional. De puro amor le cambié el nombre y la consagré a Jesús por siempre, ella a mí a María. Así estamos a la par.
También, gracias a la vida laboral encontré otro de mis tesoros. Esta vez yo fui su jefe y ella mi estudiante en prácticas. Ella con apenas 20 añitos y yo enfrentando ya una separación, nos hicimos íntimas en las largas jornadas de un canal de televisión. Me escuchaba y animaba. Estoy segura de que entonces poco le enseñé sobre producción, pero a punta de consolarme y contemplar mis lágrimas, ambas aprendimos a querernos y valorar la solidaridad femenina. A pesar de que hoy es una empresaria, exitosa y vive lejos, siempre vuelve a mi casa a dormir y encontrar paz.
Un viaje a Venezuela, un par de relaciones fallidas y una de las playas más hermosas que he visto me dejó a otra gran amiga. Con ella nos ahorramos la ida al psicólogo y nos auto hacemos terapia. De café en café y de vino en vino arreglamos el mundo y nos divertimos. Es una tipa sensacional.
Hace unos años el destino me presentó por fin, a mi más reciente y gran adquisición. Digo por fin porque estamos seguras de que desde hace años la vida nos debía el conocernos. Somos muy parecidas. Nos gustan las mismas cosas y coincidimos hasta en lo que odiamos. Ella es generosa, justa, medio hippie y tiene la mirada tan cristalina como su alma.
En el cielo tengo otro par. Desde allá sé que me cuidan, me acompañan y se alegran de los días que ya no compartimos. Pero estoy segura de que la amistad verdadera, como el amor, es algo que trasciende tiempo y espacio. Por eso, retomando el tan trillado dicho aquel de que quien encuentra un amigo, encuentra un tesoro, yo me siento realmente muy afortunada gracias a las mías que llenan mis días de ilusión.

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