Este 1 de abril se cumplieron tres meses de que mi amiga Gloria Congote se fue al cielo y apenas ahora me animo a escribir sobre su ausencia. Realmente lo que más duele de la pérdida de un ser querido es la certeza de que ya más nunca lo podrás ver, ni oír, ni abrazar.
De ella voy a extrañar todo eso y muchas cosas más, en especial, sus llamadas, sus mensajes cariñosos y repentinos, su voz y su risa, sobre todo su risa. Sin embargo, extrañamente desde que se fue, cada vez que pienso en ella, puedo oírla claramente - en mi cabeza, en mi memoria-, reír a carcajadas, lo que inmediatamente me saca una sonrisa.
Entonces pienso que así quiere ella que la recuerde, y por eso siento que Glori no está muerta, pues vive en mi recuerdo y seguramente en el corazón de todos los que la quisimos y tuvimos la fortuna de conocerla.
Ella tenía una voz y una entonación única que la caracterizaban. Con ese tono melodramático al hablar, preguntó, investigó, denunció, y contó miles de historias en este país. como la más entregada, instintiva, apasionada y valiente reportera.
Manejaba las fuentes con destreza y acechaba la noticia. Su trabajo dedicado y arriesgado le valió grandes éxitos, chivas y reconocimientos, pero también amenazas, riesgos e intranquilidades.
Pero más que destacar aquí sus grandes logros profesionales y su pericia como la gran periodista que fue, quiero resaltar su corazón y sus habilidades a la hora de llevar una amistad.
Glori fue mi amiga desde que nos conocimos en el noticiero QAP. Allí nos tuvo paciencia y nos brindó ejemplo y apoyo a quienes arrancábamos nuestra carrera periodística, cuando ella tenía ya ganado su lugar en el curubito del periodismo judicial.
El día en que me enteré de que iba a ser mamá por primera vez, en medio de una amenaza de aborto y en pleno ajetreo del cubrimiento de una Cumbre de las Américas, ella estuvo a mi lado, me cuidó y acompañó con dedicación. Al nacer Sara, se convirtió en su madrina y en una época en la que ya el padrinazgo ha pasado de moda, fue la más amorosa y atenta madrina para mi hija.
Era de esas amigas - y no solo para mí - que uno disfrutaba en las buenas por su humor, sus salidas y su experiencia, y que aunque no frecuentaba a diario, en las malas, en los momentos más duros y difíciles de la vida, ella era la primera en ofrecer su apoyo incondicional. No dudaba en brindar su casa, su techo y su compañía.
A pesar de la diferencia de edad disfrutábamos juntas oír buena música, ver videos, salir de compras, vitrinear y conversar de cualquier cosa. No acostumbraba dar consejos ni juzgar. Era en cambio prudente y solidaria.
Un tesoro de amiga que en sus últimos años se esforzó por ser una mejor persona, por quererse más a ella misma y ayudar a los demás. Por eso sé que se ganó su lugar en el cielo y desde allá nos acompaña desde cerca a quienes la queremos tanto. En mi caso, tan de cerca, que mi nuevo hogar al que recién me mudé, justo el día en que se cumplió el tercer mes de su partida, lleva casualmente su nombre completo. Así que Glori vive aún literalmente entre nosotros.
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