Bien decía Gabo que "la vida no es la que uno vivió sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla". Así, para la mayoría de personas, las letras ABC son un referente de los primeros años de escuela, del aprender a leer, de conocer los principios básicos de alguna cosa o incluso, del nombre de reconocidos medios de comunicación extranjeros.
En mi caso, - y estoy segura que en el de mis hermanos-, estas letras nos remontan a la Barranquilla de hace 40 años, y a un lugar único que conjugaba la más deliciosa comida criolla, con buenas dosis de camaradería, amistad y familiaridad.
En una esquina de la avenida Olaya Herrera (carrera 46) con calle 60, quedaba el Restaurante ABC de propiedad de los hermanos Salgado, don Rómulo y don Urbano. De ascendencia española, heredaron de su padre el restaurante y el gusto por la cocina.
El ABC, abría todos los días de 9 a.m. a 12 p.m. Tenía una fachada más bien descuidada. Los carros parqueaban en el frente y constaba de un mostrador, una caja registradora, una vitrina con fritos, una terraza con unas cuantas mesas y sillas dispuestas de manera sencilla y un refrigerador de donde sacaban gaseosas y cervezas heladas; había también un termo metálico gigante repleto de la avena más fría y rica del mundo.
Debo volver a los fritos de la vitrina, que incluían: arepas de huevo, carimañolas y unos pastelitos de hojaldre rellenos de carne molida, inolvidables. Al lado izquierdo estaba la panadería, atendida por don Urbano, un señor encantador, con una voz recia que horneaba y vendía allí panes y delicias de la repostería, como las clásicas galletas "Diana", merengues, tornillos y pies. Atento y cariñoso, don Urbano era todo un caballero.
En el centro de aquella fachada desaliñada había una puerta que al empujarla, comunicaba al restaurante a manteles. Un salón con aire acondicionado, decorado sin grandes pretensiones, con mesas más formales, luz tenue y cortinas rojizas, donde servían platos deliciosos que degustábamos cuando mi papá nos llevaba a toda la familia a celebrar algo especial. El plato estrella del restaurante era el "Famoso 37", e incluía medallones de filet mignon, arroz con pollo y papas fritas.
La cocina era liderada por don Rómulo, gran amigo de mi padre a quien llamaba y hasta entonces "mi hermano querido". Un señor alto de ojos claros, voz de locutor, culto y adorable. Compartía los quehaceres del restaurante con su esposa Edelma -siempre atareada- y un equipo de meseros-cocineros que nos atendían con devoción solo por ser hijos del "doctor Borrero".
Y es que si para nosotros el ABC era especial, para mi papá llegó a ser en una época su segundo hogar. Religiosamente, de lunes a viernes y durante muchos años, fue parada fija al terminar su jornada laboral, de subida hacia la casa, para comprar el pan y la leche. Pero cada viernes, este lugar se convertía en sitio obligado de tertulia de señores barranquilleros de distintas profesiones y estratos.
Mi papá se daba cita allí con sus "amigotes" -como los llamaba mi mamá con molestia-, y se quedaban tomando unos tragos y departiendo hasta tarde, hablando de la vida, de beisból, de softball y de cualquier cosa. Algunos eran odontólogos como él, otros no, pero cosecharon una buena amistad que hoy persiste con algunos. Varios ya se marcharon.
En navidad, el ABC cobraba un movimiento peculiar. Se llenaba de clientes ansiosos que encargaban perniles, pavos, hayacas, flanes y demás delicias y el restaurante cerraba para atender los cientos de pedidos para las fiestas navideñas.
En Semana Santa, la comida era especial y con variedad de dulces y en época de carnavales preparaban un buen sancocho levanta muertos.
Con el paso de los años y el inevitable progreso de la ciudad, el negocio fue decayendo y Don Rómulo tuvo que cerrar el querido ABC. Sin embargo, sigue atendiendo con el mismo cariño de siempre en su casa en el barrio Boston, con platos por encargo y sus inigualables hayacas y pasteles.
Hoy, al frente de donde quedaba este querido lugar que marcó mi infancia, se erige una estación de Transmetro, la Alfredo Correa de Andreis. En una de mis últimas visitas y paseos de "reconocimiento" a Barranquilla, bajando por "Olaya", pasé por allí y aunque ya estaba enterada de su desaparición, voltié la mirada a aquella esquina con añoranza para ver intacto con los ojos nostálgicos de la memoria, el recuerdo imborrable del entrañable ABC.
2 Comentarios
Ilse querida, se conjugan dos emociones en mi, al leer tu columna: la alegría por el reconocimiento que haces del icónico ABC, y la nostalgia, porque esos dos seres tan hermosos que mencionas: Urbano, mi padre y tio Romulo, dos titanes de la buena atención, con respeto, elegancia y sobre todo la calidez afectiva partieronhace rato. Prestos a brindar lo mejor de sí en sus negocios. Gracias por recordarlos. Un abrazo, Patricia Salgado Dussán.
ResponderEliminarAbrazo Patricia, sin duda dos titanes !
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