Es cierto que cada vez inicia más pronto y que no han terminado de desmontarse de las vitrinas los disfraces y calabazas de Halloween, cuando ya todo el comercio está inundado de lucecitas, arbolitos, papás noeles y pesebres que anuncian la llegada de la navidad.

Para muchos -y me incluyo- esta es la época más bonita del año, por la ilusión que despierta reunirse y compartir en familia, dar y recibir regalos, comer platos deliciosos y celebrar el nacimiento del niño Jesús.

Para mí la navidad sabe a hayacas, pasteles, pernil, buñuelos y a flan de caramelo. Huele al delicioso aroma de los árboles de roble y acacia que florecen en diciembre en el Caribe, a traqui traqui, a la casa de mi abuela y a “Niño Dios”, ese inconfundible olor de los juguetes nuevos.

Suena a totes, al “Burrito sabanero”, a “Faltan cinco pa las doce”, a los entrañables jingles de Caracol radio que resuenan en las emisoras colombianas, a la música de Billo’s Caracas Boys, a Pastor López, y a los pitos y sirenas de las fábricas de mi Barranquilla natal que anuncian la llegada de un año nuevo.

La navidad se ve en verde y rojo y también dorado. En el brillo de las velitas de bengala, y en el azul intenso del cielo despejado. Se siente en el contacto maravilloso de la brisa que sopla en diciembre, en la rugosidad del papel pesebre y en adivinar con el tacto el contenido de los regalos y aguinaldos que yacen al pie del árbol.





Esta época es linda por eso, porque cada año despierta la memoria de nuestros sentidos, y nos revive mil recuerdos. La navidad nos sabe, nos huele, la oímos, la vemos y la tocamos. Y más allá de la delicia de poder disfrutarla así con los cinco sentidos, creo que lo más importante es vivirla con un sentido.

Sentido de solidaridad, de bondad, de hermandad y de agradecimiento. Porque por encima de las fiestas, esta época de Navidad y Año nuevo es siempre sobretodo una valiosa oportunidad. Una ocasión que todos tenemos para reunirnos, abrazarnos, expresar y recibir amor, para hacer balances, sacar enseñanzas, cerrar ciclos, hacer propósitos y volver a empezar.

De niña y jovencita siempre la navidad y el año viejo me quedaban debiendo algo, algún regalo o antojo que no llegó, viaje o sueño que no se cumplió. Con los años, he aprendido en estas fechas a quejarme menos y a agradecer más, a valorar lo que tengo y especialmente a quienes tengo.


Por eso, los invito a que les encuentren sentido a sus fiestas y dediquen un ratico a pensar qué representa para ustedes esta época del año. Recordar es vivir y no olviden que no hay mejor regalo que recibir una nueva oportunidad.