Debo confesar que este texto lo he intentado escribir muchas veces. Cada año cuando se acerca su cumpleaños, la Navidad o el Día del Padre,- como ahora-, pienso que sería un lindo regalo para él, que me lo ha dado todo, dedicarle un "escrito" como los llama, para dejar consignado apenas un poco de lo que mi papá representa para mí.

Sé además, que él lo ha estado esperando. Más por tratarse de mí, su "Oriana Fallaci", pero es que la cosa no ha sido fácil. Avanzo incluso hoy sin la certeza de que esta vez sí conseguiré terminarlo. He desistido en muchas ocasiones. Unas veces porque hay tanto qué decir, tanto sentimiento junto, que creo que unos cuantos párrafos no le harían justicia; otras, porque en medio de la escritura me asalta el pavor de estarme con esas letras despidiendo y no pocas ocasiones, porque las lágrimas me han impedido continuar.

Podría narrar detalles de su inspiradora historia personal; su ejemplar espíritu de superación que lo llevó a abrirse paso en la vida con esfuerzo, en medio de una infancia llena de penurias económicas, hasta convertirse en un próspero odontólogo que se dio el lujo de educar a sus cinco hijos en Bogotá, en las mejores universidades privadas del país.
Pero ese será tal vez tema de otro escrito. Este se trata de expresarle lo que verbalmente quizás nunca le he dicho bien porque lo mío nunca ha sido hablar sino escribir.


Recuerdo todavía el día cuando al terminar mi bachillerato le dije que quería estudiar Comunicación Social, me respondió algo como: "¿Y tu si vas a servir para esa vaina?, con lo penosa y callada que tu eres".

El siempre me retaba con sus juicios exigentes y pesimistas. A mi y a mis hermanos. En la primaria, y bachillerato, cuando le mostraba el boletín de calificaciones -que por cierto coleccionaba en carpetas marcadas con los nombres de cada uno de sus hijos- y le llevaba contenta una nota de 4.5, enseguida replicaba: "¿y por qué no 5?, pudo ser mejor".

Yo me quedaba con esa sensación de que no lo había hecho bien y de que debía esforzarme todavía más para complacerlo y sobretodo para darle motivos de qué sentirse orgulloso. A eso siempre le he apuntado, para devolverle de a poco.

Porque la verdad es que mi papá a mí me inspira todo. Ejemplo, respeto, orgullo, admiración, agradecimiento, ternura y profundo amor.

A pesar de crecer en una familia numerosa entre cuatro hermanos, por ser la hija menor, tuve en la casa una infancia más bien solitaria. Mi tremenda madre vivía ocupada con las tareas del hogar, complaciendo este marido estricto y atendiendo a mis tres hermanas mayores que se llevan entre ellas apenas un año; mi hermano, el único varón, era mundo aparte, y yo, que llegué años después, crecí un poco entre el montón, con la escasa atención -en tiempo, que no en amor-, que le quedaba a mi atareada mamá.

Pero ahí estaba el hijo de Esther Cabrera, para llenar todos los espacios. El tenía tiempo para todo: llevarnos al colegio, atender su consultorio, subir a almorzar a la casa, hacer siesta, volver a trabajar, comprar el pan; leer la prensa, y literatura, hacer crucigramas, jugar softball, departir con sus amigos, y por si fuera poco, llevar y recoger a cada una de sus hijas a donde fuera que saliéramos o estuviéramos.

Un padre sobre protector que nos repetía frases como: "ni tú eres tuya" para enseñarnos a compartir todo entre los hermanos y que además, sabía responder a todo lo que le preguntáramos y lo que no sabía se lo inventaba. No en vano su famosa frase que nos lanzaba sin modestia cuando solucionaba cualquier cosa:"tus problemas empiezan el día que yo te falte".

Así, en cada uno de mis recuerdos más tempranos y entrañables está mi papá. Èl seguro ni se acuerda porque aquello era parte de su rutina del mejor oficio que siempre ha desempeñado. Me acuerdo de unos 4 añitos, sentada en las escaleras de nuestra casa de la carrera 43B en Barranquilla, con él a mi lado enseñándome a amarrar los cordones de los zapatos.

Un poco más adelante, quizás de 5 o 6, practicando conmigo la cartilla de lectura unas vacaciones para enseñarme a leer. Gracias a eso me salté el curso de preparatorio y entré directo a primero elemental. En segundo de primaria, mi salón en el Colegio Lourdes daba hacia la calle 72, y a la última hora, me asomaba sin falta cinco minutos antes de que sonara la campana al medio día, para comprobar con emoción que ahí estaba mi papá esperándome en el carro, con la puerta abierta para soportar el inclemente calor.

Para mis 15 años, no pedí fiesta como mis hermanas sino un viaje. El me había prometido uno a Hawai, que al final me lo cambió por un mes en Nueva York que igual me hizo muy feliz. Me regaló una cantidad absurda de dolares para la época que hoy aún son un dineral. Y yo me divertí y compré como loca ropa y regalos para todos.

En mi adolescencia lo cogí ya un poco más cansado y sufría por mi forma de vestir, y de caminar, y yo me reía al oírlo decirle a mis hermanas:"oye pero asesórenla". Se asustaba porque mi cuarto lo empapelé con afiches de mi cantante favorito de entonces, Boy George, uno de los primeros travestis en la música y decía con frustración: "qué tristeza, el ídolo de la hija mía, un disfrazado". Después, en la universidad, en mi época de mochilera y rebelión se afanaba porque me fuera a ir por la izquierda y me veía tendencias hippistas. Un día llegué con un arete largo, de monedas y su comentario espantado fue: "ñerda ahora qué? hermana sol, hermana luna?". Nada que lograba complacerlo.

Pulcro, ordenado, disciplinado correcto en todas sus cosas. Mamador de gallo, buen amigo, conversador, carnavalero y ronero, en su momento, para mí el padre perfecto. Supo ejercer tan bien su rol de padre que logró opacar los efectos de su terrible mal genio que lo controló durante algunos años y por un tiempo nos mantenía a raya.

Ha sido tan buen papá mi viejo que es aún mejor abuelo. Cultivó con prudencia y sabiduría una relación linda con todos sus nietos que lo adoran, y el Dios al que tanto le ha clamado en voz alta, a lo largo de los años, y mi abuela Esther por supuesto, a quien también acude con frecuencia en sus reclamos al cielo, le regalaron ahora la dicha de ser bisabuelo.

La verdad es que papá es lo que nos ha sobrado, Tu sí que has llenado todas mis expectativas viejo y hasta más, Gracias por ser el mejor. Yo seguiré esforzándome como siempre, mientras tenga la bendición de tenerte, por cuidar tu ejemplo para ver si logro como hija algún día darte la talla. Feliz día del Padre.