Llegó a nuestras vidas una soleada mañana de enero de 2008, vestido todo de blanco con unos zapaticos de charol brillantes. En una habitación, sus nuevos padres lo esperaban ansiosos, llenos de emoción tras varios meses de espera. Reunida en otro cuarto, el resto de la familia con igual ilusión, podíamos ver desde un ventanal el conmovedor encuentro. El nacimiento de un nuevo amor entre esos padres y su hijo y la anhelada llegada de un nuevo miembro a nuestro clan.

Así, gracias al maravilloso instrumento de la adopción, llegó mi sobrino Santiago a completar la familia y de paso, la felicidad de mi hermano y de mi cuñada quienes han podido realizar su anhelo natural de ser padres y desplegar esa otra dimensión del amor que da establecer la relación paterno-filial.

Por estos días que el tema ha estado sonando en las noticias por cuenta del llamado y la campaña que ha emprendido la Directora del ICBF, Cristina Plazas, para impulsar la adopción en Colombia, al señalar que hay más de 5 mil niños esperando por ser adoptados, me animé a escribir esta entrada no solo para sumarme y alentar a otras familias que tal vez, lo están contemplando, pero tienen válidas dudas sobre si estarán a la altura de ese trascendental acto de amor, sino sobretodo para dar fe desde mi experiencia de que la adopción supera en creces las expectativas que se puedan abrigar y que ya es hora de desmitificar el tema.



Crecimos con la concepción "telenovelesca"de que la familia que tuviera un miembro adoptado, estaba como marcada ante la sociedad por guardar en su interior un 'oscuro secreto' y el sentimiento que se generaba entorno al niño o niña adoptado, era algo muy parecido a la lástima o pesar, en lugar de considerar la gran dicha que este acto significa tanto para el menor como para sus padres.

Es real y apenas normal, que tanto futuros padres, abuelos, hermanos o tíos se cuestionen en un primer momento si su corazón será capaz de dar el mismo amor a una persona ajena al seno familiar, que a uno nacido dentro del mismo. Surgen preguntas como ¿ si lo querremos igual?, ¿qué tal que nunca se adapte?, ¿Qué pasa si no nos quiere y trata de encontrar a sus padres biológicos?, Y no faltan apreciaciones como "no es igual porque no tiene la misma sangre".

La verdad es que el amor no se transmite por la sangre sino por un torrente de sentimientos alimentados desde el corazón. Para el niño, la adopción representa la oportunidad única de ser acogido y recibido con cariño en un hogar, y para los padres la posibilidad de concretar un deseo tal vez frustrado por la naturaleza , o la disposición generosa de entregar protección desinteresada a un necesitado.

La llegada de mi sobrino fue posible gracias a la estupenda labor que realizan instituciones privadas como La Casa de la Madre y el Niño, fundada en 1942, mucho antes incluso del Instituto de Bienestar familiar y que además de dedicarse con devoción a encontrar un hogar para niños que no lo tienen, ayudan a mujeres gestantes que optan por la adopción como la mejor vía para respetar el derecho a la vida de sus hijos. Sin duda la Casa es una de las instituciones privadas con mayor credibilidad en el país por su seriedad y contribución a la niñez desamparada. Hacen un trabajo riguroso y juicioso que tarda varios meses, de acompañamiento, investigación y preparación de las familias que recibirán un menor en adopción. Hoy en sus registros cuentan con más de 9 mil adopciones gestionadas felizmente.

Según datos del ICBF, Atlántico, Valle, Santander, Bolívar, Antioquia, Huila, Magdalena, Cesar y Bogotá son las regiones donde se generan más solicitudes de adopción. A nivel internacional, el mayor número de peticiones proviene de Estados Unidos, Italia, Francia, España, Noruega y Suecia.

El nuestro vino de arriba. Tenía nombre de ángel, y aunque después sus padres lo bautizaron con uno de apóstol, Santiago sin duda llegó del cielo para enriquecer sus vidas y la de toda la familia con la bendición de su presencia.