La última vez que había estado en Venezuela fue durante el gobierno de Ernesto Samper en Colombia y el de Rafael Caldera allí. Aunque en esa ocasión - febrero de 1995 - no visité su capital Caracas, sino Cumaná, en el estado de Sucre, donde tuvo lugar un encuentro de mandatarios bolivarianos bautizado “Cumbre por la Paz” que cubrí como reportera política, siempre regresaba uno del hermano país con esa sensación de que los vecinos de al lado eran de mejor estrato y de que nos llevaban años de ventaja.

Aquello se veía en desarrollo vial, de telecomunicaciones, en un moderno y amplio abanico de marcas de automóviles circulando y en general, en un comercio pujante con una envidiable y rica oferta de productos de consumo para escoger, llevar y traer. Entonces, Caracas era una de las capitales latinoamericanas más cosmopolita. Con áreas residenciales bellísimas, organizada, un metro que funcionaba desde 1983, telefonía móvil celular instalada cuando aquí eso apenas era un proyecto. Contaba por supuesto con los problemas comunes a las otras capitales del vecindario en materia de desigualdad económica y corrupción política.

20 años después, he vuelto a Venezuela y a Caracas y es impactante y penoso comprobar lo que la llamada revolución bolivariana sembrada por Chávez y rastrillada ahora por Maduro ha logrado hacerle a la tierra de El Libertador.



No son muchos los vuelos y aerolíneas que hoy van y vienen a la capital venezolana, por lo que tomé uno de la aerolínea ecuatoriana Tame que salió a las 3:30 am de Bogotá. El vuelo estaba lleno de venezolanos que tan pronto se encontraron en la fila para registrar su equipaje, y aun sin conocerse entre ellos, iniciaron una interminable conversación cargada de quejas compartidas, críticas y análisis sobre la situación que viven ellos y sus compatriotas en la Venezuela actual. Sus bolsos de mano iban llenos de víveres y productos de primera necesidad que allá escasean. Leche en polvo, jabón para lavar, café y papel higiénico alcancé a ver en algunos de los maletines de estos viajeros frustrados.

Sin siquiera salir del aeropuerto Simón Bolívar, en las pantallas instaladas para conocer el estado de la llegada y salida de vuelos, lo primero que saluda a los recién llegados es la imagen de Hugo Chávez. Un zoom in a sus ojos se repite cada 5 segundos recordando que la mirada revolucionaria sigue ahí a la vista de todos.

Al bajar del avión, entré directo al baño de mujeres ubicado en el área de reclamo de equipajes y había turno para entrar. Una señora que venía en el mismo vuelo que yo al notarlo exclamó: Hay fila! Como se nota que ya llegamos a Venezuela!.

Al recorrer sus calles invadidas de “motorizados” como llaman a todo aquel que transite en motos y que allí se cuentan por miles, se ven filas de gente por todos lados. Filas para tomar el bus, filas para acceder al metro, filas en los supermercados, filas en los puestos de venta ambulante, filas y más filas.

Hoy, Caracas se ve sucia, hay basura acumulada en cada esquina. Las fachadas de edificios lucen descoloridas y muchos asoman por las ventanas ropa secándose al estilo de La Habana. La ciudad está opaca y reseca, las áreas verdes están ahora amarillentas, y los prados y árboles en parques y zonas públicas parecen sedientos y descuidados.

Visité algunos supermercados, y tiendas de barrio y de cadena y aunque no se ven estantes vacíos, el desabastecimiento se siente, el surtido es poco y con suerte encuentra uno artículos de una sola marca o especificación, por eso la gente compra lo que hay. Debido al pico y placa impuesto por el Gobierno para comprar, regido por los últimos números de la cédula de cada persona, los residentes tienen solo dos días de la semana asignados para hacer sus compras. Así que ese día aprovechan y compran lo que puedan. Hay ciertos productos que tienen restricciones como es el caso de los pañales, de los cuales solo se pueden llevar máximo dos paquetes por persona, por lo que es común ver gente mercando de a tres o cuatro por familia, así que el tumulto en los establecimientos resulta a veces agobiante.

Hoy, de acuerdo a indicadores de Fedecámaras existe un promedio de 65% de escasez sólo en la ciudad de Caracas, mientras que en algunos productos para el cuidado e higiene personal está alcanzando niveles de 80%. Los comercios se ven desocupados, las vitrinas con muy pocos productos, las concesionarias de autos vacías, no hay repuestos y los carros nuevos son una rareza.

Por las noches, la ciudad se ve oscura, el racionamiento que es también eléctrico, se percibe en un alumbrado público pobre, donde solo brillan las luces de semáforos, vehículos y las de las casas y apartamentos. Por temor a la ola de inseguridad que los azota por estos días, quienes conducen autos no respetan las luces en rojo y se vuelan los semáforos sin esperar el cambio a verde. “Es peligroso, en cualquier momento puede llegar un malandro y asaltarnos”, me explica el conductor del vehículo en el que me movilizaba.

Las zonas residenciales más exclusivas de la ciudad, que allí les llaman urbanizaciones, están ubicadas en su mayoría al este de Caracas, como Altamira, Santa Eduviges, Las Mercedes, siguen siendo sectores muy bonitos aunque parecen un oasis en medio del desierto. Los ‘barrios’ tienen allá un significado peyorativo, así se refieren a las zonas de invasión que han tenido un crecimiento enorme en los últimos años. El sector de Petare a 15 minutos de Caracas, es impactante por su pobreza y enorme extensión. Allí justamente viven muchos colombianos de bajos recursos que emigraron hace décadas a Venezuela cuando la situación económica y política era otra. Hay también grandes barrios de invasión de lado y lado en las colinas que conducen de Maiquetia, donde está el aeropuerto al centro de Caracas, que en estas dos décadas han crecido de forma considerable.

La “habanización” de Caracas se percibe también en el paisaje urbano. Vallas gigantes y murales se levantan a lo largo de las vías con mensajes del oficialismo e imágenes de Chávez, Nicolás Maduro y Simón Bolívar. “Venezuela no es amenaza, es esperanza”, “ Gringo respeta”, “ La revolución es el camino”, “ Maduro es pueblo”, “La obra socialista la haces tú”, son algunas de las frases que inundan la capital del gobierno ‘revolucionario’ venezolano.

También tuve oportunidad de visitar alguno de sus balnearios en el estado Anzoátegui con lindas playas y gente amable y acogedora. En la confortable posada donde me hospedé, por un precio increíblemente barato al cambio en pesos, por la alocada devaluación que sufre la moneda local, un letrero ubicado estratégicamente en la puerta del baño nos recordaba a los huéspedes las carencias que aquejan por estos días a Venezuela donde hoy, el papel higiénico se atesora.

La Caracas derrochadora y brillante de otras épocas se quedó estancada en los noventa. La población se ve agobiada y quejumbrosa. La ciudad palidece y se destiñe en el letargo de la supuesta revolución emprendida por la marea roja. El pueblo se lo buscó al votar por el chavismo piensan algunos, los dirigentes políticos corruptos y malgastadores de los partidos tradicionales enquistaron el problema opinan otros, ya parece que no es hora de encontrar culpables, sino soluciones que devuelvan la dignidad y la grandeza a una tierra bella y rica en recursos que no merece este maltrato.