A sus 47 años Nelly Muñoz ya enfrentó el inmenso dolor de perder a su hijo de apenas 12, y la tristeza enorme de enterrar a su madre, tras ser ser arrollada por un bus en medio de una fría calle de la capital.

Corría el año de 1990 y al llegar a su cumpleaños número tres, al pequeño Daniel le descubrieron una falla renal congénita. La única forma de salvarlo, era mediante un transplante de riñón. En ese momento, Nelly no dudó un segundo en ofrecer uno de los suyos para sacar adelante la vida de su hijo. Pero esta vez, era imposible que la madre sirviera de donante. Los exámenes revelaron que Nelly también padecía una insuficiencia renal severa, y le advirtieron que más adelante, terminaría sometida a una diálisis.






Por supuesto ante este panorama, la prioridad era prolongar la vida de Daniel, así que la familia entera se encomendó a Dios y a la buena, y escaza - valga decirlo - voluntad de algún colombiano solidario que donara un riñón. Colombia atravesaba entonces la oscura época del narcoterrorismo, cuando las bombas eran increíblemente pan de cada día. Un chiquito de nueve años, víctima inocente de una de esas nefastas explosiones, la del barrio Quirigua en Bogotá, sería la luz de esperanza para los Muñoz aquella noche de mayo de 1990.

Daniel recibió con éxito un transplante de riñón, gracias a la generosidad de los padres del niño muerto en aquella tragedia. Una pareja que en medio del dolor por su pérdida, tuvo la bondad y la conciencia de entender que aún en la muerte, se puede regalar vida.

Gracias a ese inmenso regalo, Nelly hoy puede contar que vivió junto a su hijo momentos maravillosos como su primer día de colegio, el orgullo de verlo terminar su primaria, o la alegría de celebrar su pasión por el fútbol. Ella ante todo agradece haber podido disfrutar como madre cada sencillo instante de su presencia, su amor y su compañía durante los nueve años que funcionó esa hermosa e invaluable donación.

Al cumplir los 12 años, el cuerpo de Daniel empezó a rechazar el riñón transplantado y en pocos meses el niño terminó atado a una máquina de diálisis. Un aparato que conectado a un cateter que lleva el paciente consigo, se encarga de recambiar la sangre y limpiarla de las toxinas, en reemplazo del trabajo natural del riñón. Los pacientes en diálisis deben someterse a este tratamiento cuatro veces al día, todos los días, sin falta!

A los tres meses de este agotador tratamiento, ya con su ánimo decaído, y luego de oir de boca de su doctor que no podría jugar más al fútbol, Daniel sentó una mañana a Nelly en el sofá de la sala de su casa, la tomó de las manos y le confió su decisión de irse a descansar eternamente. “Ya estoy mamado de que me chuzen” le dijo, - la hemodiálisis requiere canalizar con agujas con frecuencia los brazos de los pacientes-. Con una madurez y una tranquilidad asombrosa, el niño le confesó a su mamá su deseo de terminar con su sufrimiento. “Ustedes quédense aquí bien y yo me voy adelantando” recuerda hoy Nelly con valor, mientras yo no logro controlar las lágrimas.

Al poco tiempo, Daniel murió de un infarto producido por el deterioro de sus riñones. Aunque en ese momento perdió sus fuerzas y no quiso luchar más, anclada en su fé en Dios, en el apoyo de su esposo y en el de su familia, Nelly se dio a la tarea de superar la muerte de su hijo y cumplir con su voluntad.

Pero otro golpe mayúsculo vendría a sacudir a esta mujer valiente. En pleno proceso de asimilación de la muerte de su niño, su madre, que además fue padre y madre para Nelly y sus dos hermanas, murió atropellada por un bus en la Avenida Boyacá, cuando se dirigía a visitar a una de sus hijas.

Un nuevo dolor y un nuevo duelo que debió aceptar. Una prueba más de su impresionante y aleccionadora fortaleza. Por fortuna, Nelly volvió a ser mamá y hoy tiene un muchacho sano de 13 años.

Pero el “más adelante” que le sentenciaron los médicos frente a su situación renal, llegó para Nelly hace seis años, cuando sus riñones no dieron más y debió empezar a dialisarse. Hace seis años que a las 7 de la mañana, a las 12 del día, a las 5 de la tarde y a las 12 de la noche de todos sus días debe conectarse a la máquina para realizar el procedimiento que la mantiene con vida, mientras su nombre engrosa la larga lista de pacientes en espera de un donante.

Ella misma se realiza la diálisis en su casa, en condiciones de extrema higiene, porque como dice, el cateter que tiene implantado en su cuerpo es “ su vida”, si ese cateter se infecta, corre el riesgo de una peritonitis y una muerte segura. “ Yo me encierro en mi cuarto, me hago un lavado de manos normal, luego uno quirúrgico más completo y me dedicó a hacer mi diálisis con todo el cuidado”, narra Nelly.

Durante estos seis largos años en lista de espera, Nelly ha recibido en diez ocasiones llamadas de aviso de la Red Nacional de posibles donantes. Cada llamada es una ilusión, una esperanza de poder seguir con vida, “por que la vida es bella, es bonita”, asegura.

Al recibir la alerta de parte de la Clínica adscrita a la Red Nacional de Donantes, los pacientes no pueden consumir ningún alimento en horas, para prepararse para una eventual cirugía. En ninguna de las diez veces que la han llamado, y a pesar de haber estado en ayuno todo un día en varias de ellas, se ha concretado la posibilidad real para Nelly de un transplante por distintas razones médicas.

Desde el 2004, limitada por la frecuencia con que debe dialisarse, Nelly decidió trabajar en su casa, montó una microempresa de lencería y ayuda a su esposo con los gastos del hogar. Madruga como toda ama de casa de clase media a atender a su familia y hace los oficios de su hogar. Su casa, ubicada al sur de la ciudad, luce como una tacita. Y ella, a pesar de su enfermedad, atiende esta entrevista maquillada, peinada y con su mejor sonrisa.

Sin duda, ella no habría podido enfrentar tantas duras pruebas, si no fuera por el apoyo incondicional de su familia. Su esposo, su hijo, sus hermanas, sus cuñados y sobrinos son maravillosos y han sido pieza clave en su sostenimiento. “A Nelly hay que pararla! Baila y todo. Antes solíamos pasear en familia, ahora siempre estamos aquí porque primero es Nelly, segundo Nelly y tercero es Nelly”, dice con una sonrisa Jorge su cuñado. “Es un orgullo tener una tía así, que nos da semejante ejemplo”, asegura su sobrino mayor.

Nelly no pierde la esperanza de que timbre otra vez el teléfono con la buena noticia de que apareció un donante, y de que sea compatible con su cuerpo. Es conciente de que no es cosa fácil, en un país donde sólo existen 12 donantes por millón de habitantes. En una nación donde todavía no hay cultura acerca de la donación y donde aún se desconoce que con un solo donante, se pueden salvar hasta 55 vidas. El 15 % de los pacientes que están hoy en lista de espera son niños.

Donar órganos es un acto de solidaridad y desprendimiento humano que casi la totalidad de las religiones defienden y que todos las personas deberíamos interiorizar. Es importante que quienes como yo despues de conocer la historia de Nelly entendieron la dimensión humana de este problema y quieren hacer algo sepan que es muy fácil ahora carnetizarse.

El Instituto Nacional de Salud, INS tiene ya dispuesta una plataforma en internet desde donde con un sencillo click se puede obtener el registro como donante. Claro que de nada sirve eso si uno no expresa en vida a sus seres queridos su decisión personal de ayudar después de la muerte.

Pero volviendo a Nelly y a su aleccionadora historia de vida, sin duda merece que se le haga el milagro; que timbre el teléfono con esa llamada esperanzadora que le permita prolongar su estadía en este mundo para seguir siendo un ejemplo y una inspiración para todos. Y su caso, una razón para que muchos terminemos por sensiblilizarnos frente al drama que viven miles de personas al estar en una lista de espera. Y uno se queja, Dios mío!

Nota anexa: El pasado 14 de marzo, Nelly recibió exitosamente la donación de un transplante de riñón y hoy se recupera al lado de su maravillosa familia.