Contradictoria, desacertada y triste resulta la decisión del gobierno distrital de prohibirle a los niños asistir a los eventos públicos del Carnaval de su ciudad.Para muchos barranquilleros la polémica decisión de la Secretaria de Gobierno distrital de prohibir la entrada de los niños menores de 12 años a las fiestas clave del Carnaval, es inconveniente , y envía una señal negativa frente al espíritu libertario, pacífico y de unión que identifica a esta gran celebración.
Otros, no dudan en afirmar que la medida es una más de las bien intencionadas acciones del pilo alcalde Char, que quiere estar “en todo". Pero esta vez su afán de garantizar seguridad a sus coterráneos más pequeños, ciertamente podría ser una amenaza directa contra la continuidad de una tradición y la esencia misma de los barranquilleros.
Prohibirle por decreto a los niños curramberos menores de 12 años que participen de las fiestas vivas del Carnaval de Barranquilla es coartarles su derecho a desarrollar su libre personalidad de barranquilleros natos y de interiorizar la devoción y el goce de una expresión cultural que todos sabemos, se transmite de generación en generación.
Cómo explicarles a los niños qué es una marimonda si no la ven colorida y bufona bailando por las calles; cómo enseñarles cual es el reflejo inmediato de un esqueleto barranquillero ante el sonido de un millo sino lo oyen retumbar desde chiquitos a sus pies; cómo enseñarles a las niñas que la cumbia se baila arrastrá y serenitas y que el pie no se despega del pavimento, si no ven pasar ante sus ojos una cumbiamba tras otra?; ¿cómo inculcarles que en carnavales no hay clases sociales y que da lo mismo bailar al lado del rico o del pobre; cómo interiorizarles que en su ciudad en esos cuatro días sólo hay lugar para la alegría y que las únicas armas válidas son la risa y un chorro de espuma? . ¿Cómo?, si quien lo vive es quien lo goza!.
Así de claro lo han expresado los reyes del carnaval de los niños de este año, al rechazar la medida impuesta por la Secretaría de Gobierno distrital. “Los niños somos el presente, y si nosotros no vemos ni vivimos las fiestas ahora, en el futuro no vamos a poder hacer un buen Carnaval, por eso estamos en desacuerdo con ese decreto”, señaló con grandeza a los medios, la reina Keith Arenas, quien además recordó que desde los dos años su mamá la ha llevado a todos los eventos de las fiestas del dios momo.
Juan Sebastián Fontalvo, el rey infantil no se ha quedado atrás en rechazar el decreto pues para él resulta claro que “corta la transmisión de las tradiciones de una generación a otra”.
Y es que no hay nada más entrañable para cualquier barranquillero que los recuerdos grabados de su primera infancia sobre las vivencias del carnaval. En mi casa por ejemplo, aprendí que cada año por cuatro días, la puerta podía permanecer abierta de par en par, el equipo de sonido debía retumbar a todo timbal desde temprano y la moda cambiaba. Mi papá sacaba a relucir sin falta sus camisas de flores con colores chillones, y nos equipaba con cajas de maizena para empolvar al que quisieramos.
Después, la única misión era salir con tiempo a las calles para conseguir un sitio estratégico desde donde apreciar, gozar y aprender de los desfiles, danzas, y disfraces que se revelaban únicos y auténticos ante nuestros ojos. El balcón de una casa vecina, un ruple de cajas de gaseosa o los hombros de mi padre fueron algunos de los mejores escenarios desde donde pude apreciar y aprender el goce y la majestuosidad de esta celebración de mi pueblo.
Por eso aunque sea responsable y necesario proteger la integridad de nuestros menores, tal vez esta no sea la mejor forma. También hay que proteger la garantía de continuidad de una tradición, reconocida por el mundo entero como Patrimonio cultural de la humanidad.
Precisamente así se describe en la propia página web oficial de la Fundación Carnaval de Barranquilla, la esencia de estas fiestas: “El patrimonio cultural e inmaterial, transmitido de generación en generación es recreado por comunidades y grupos en función de su medio, su interacción con la naturaleza y su historia. La salvaguardia de este patrimonio es una garantía de sostenibilidad de la diversidad cultural”. ¿Y entonces?.
Allí va la contradicción. A demostrar que cuando se le empieza a meter política y se pretende poner limitantes a una expresión intangible, la cosa se complica y pierde su encanto.
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