
Fuimos amigos sin vernos las caras. Durante casi tres años y por razones laborales debíamos hablarnos todos los días de lunes a viernes y siempre logró hacerme reir. Por mi oficio de entonces (1998) como editora Internacional en el Noticiero de las Siete, me correspondía coordinar a los corresponsales en el exterior y Daniel Rocha era nuestro hombre en Washington.
A veces llamaba dos veces al día para reportar las noticias y si se le aprobaba una nota, nos volvíamos a comunicar por la tarde para cuadrar el envío vía satélite. A fuerza de la costumbre, por su profesionalismo y don de gente rápidamente nos conectamos y logramos entablar una bonita amistad a punta de teléfono.
Il me llamaba el gordo, un hombre bueno que disfrutaba y necesitaba ayudar a los demás. Del otro lado de la línea conocí el inmenso amor que sentía por sus tres hijos y su esposa. Y la entrañable relación que llevaba con Sami su hermano del alma. Supe lo duro que le tocó al principio cuando llegó a los Estados Unidos hace 26 años, y cómo logró llegar a tener junto a Samuel una pujante empresa productora que prestaba servicios audiovisuales a distintos medios del país.
Precisamente porque él vivió en carne propia la dura aterrizada de un reportero ibaguereño en la capital de la nación más importante del mundo, Daniel se dedicó a ayudar con generosidad a cuanto periodista, camarógrafo y gente del medio colombiano llegara a Washington a abrirse camino.
No sólo les abría las puertas de su casa, sino que los ayudaba a conectarse con las fuentes y les explicaba el teje maneje de cubrir la Casa Blanca. Dani era todo un caballero y con su pinta de cantante de salsa, le imprimía seriedad a sus presentaciones en cámara.
Su voz era única. Privilegiada, ronca, de locutor profesional. Con frecuencia, para mamarme gallo, la impostaba y lograba engañarme por segundos con algún cuento raro. Siempre estaba de buen humor y no perdonaba en sus llamadas echarme algún chiste malo que él mismo se celebraba a carcajadas. Su risa era sin duda otra de sus gracias contagiosas.
Cuando tuvimos la alegría de vernos frente a frente ya no trabajabamos para el mismo noticiero. Yo era reportera entonces de la revista Jet Set y fui enviada a cubrir varios eventos a Washington. Debía conseguir un fotógrafo que me acompañara en esa ciudad para mis reportajes y Dani era el perfecto.
Para entonces ya eramos llaves y poder darnos un abrazo de verdad fue emocionante. Yo lo ví más gordo y grande de lo que se veía en la pantalla y a él le parecí increíblemente chiquitica. Durante una semana Dani me sirvió de fotógrafo, guía, chofer, y compañía en la blanca Washington. Entrevistamos a Luis Alberto Moreno que entonces se desempeñaba como embajador en esa ciudad, a la actriz Florina Lemaitre, a varios diseñadores famosos y cubrimos un ball elegantísimo para el cual nos tocó vestirnos de gala de afán, cada uno en el baño de un hotel. Ese era realmente el evento más importante para la revista y por poco no lo cubrimos por andar haciendo el respectivo tour por la Casa Blanca.
Daniel se empeñó en mostrarme los sitios más emblemáticos de la ciudad en los ratos que nos quedaban libres entre entrevista y entrevista, y aunque aquel día corrimos como locos, logramos el reportaje y yo conservo de recuerdo la infaltable foto frente a la casa que hoy ocupa Obama.
La última vez que nos vimos fue aquí en Bogotá en uno de sus viajes a Colombia, con rumbo a su Ibagué natal. Almorzamos en El Patio, le oí sus consejos e historias de proyectos que siempre tenía en mente, nos reímos y disfrutamos la compañía. Esa vez me trajo de regalo un CD de Marc Anthony que le encantaba y yo le presenté la música de Andrés Cepeda. Por primera vez lo oía y quedó fascinado con su canción Me Voy.
Ahora Dani ya se fue. Y la noticia de su muerte me llegó al corazón, habíamos perdido contacto los útimos años, y saber que ya más nunca volveré a oir su voz amiga me llena de tristeza. Buen viaje Dan y como me decías sin falta antes de colgar...Nunca cambies!
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