Todavía el cielo está oscuro en la gran ciudad. Son las 5:20 am, la temperatura ronda los 4 grados centígrados y las noticias ya suenan en el radio de la cocina. A esta hora de la madrugada, ellos ya están bañados y vestidos. El niño toma la cuchara con lentitud, y hunde su mirada resignada en el plato de avena caliente que le sirve su mamá cada mañana.

20 minutos más tarde, corren afanados hacia la esquina del barrio. No hay donde sentarse pues el murito de siempre hoy está empapado por la lluvia de la noche anterior. El niño parece un muñequito de nieve envuelto entre tantas prendas: lleva gorro, bufanda, guantes, chaqueta, y abajo, el uniforme. La madre se agacha entonces, lo carga sobre sus rodillas e intentan calentarse así en un solo abrazo, mientras esperan.

El pequeño pregunta por qué cuando hablan les sale humo de sus bocas. Es por el frío, le explica su madre mientras le cubre los labios con la bufanda para proteger su garganta. 10 minutos antes de las 6 am, aparecen en la avenida las luces del bus escolar. En su interior, vienen ya unos 15 menores, la mayoría de ellos profundos y con sus cabecitas apoyadas en la ventana a manera de almohada. ¿A qué hora les habrá tocado a ellos despertarse?.



La recogida tarda unos minutos, mientras la monitora de la ruta 8 intenta limpiar los restos de vómito de uno de los alumnos que se mareó por el recorrido y seguramente por embutirse un desayuno que a esa hora no le provocaba. ¿Pero a quién?.

Apenas salen los primeros rayos del sol, y el chiquito de cinco años, con su pelito mojado aún, le dice adiós con su mano a la mamá que le envía un beso soplado, o un “beso con humo”, como los llama él, mientras el transporte escolar se aleja.

A las 6:45 am empieza la jornada de estudios para estos niños de un colegio del norte de la capital. Por eso a las 11 de la mañana cuando la profesora los invita a concentrarse en sus planas, ellos ya llevan 6 horas en pie, o más, y el sueño con frecuencia los vence sobre el pupitre. Por eso también, cuando la madre le pregunta al niño a su regreso qué es lo que más le gusta del colegio, responde con toda sinceridad:” el descanso”.

Es cierto que todos pasamos por esto, que a todos nos tocó madrugar para ir al colegio y que aquí estamos, nada nos pasó. Es cierto también que las mamás somos seres sobreprotectores y queremos ahorrarle cualquier molestia a nuestros angelitos, pero es innegable también que esta rutina a la que se someten los niños en Bogotá cada mañana, para poder empezar a estudiar a las 7, raya en lo inhumano.

En una ciudad tan grande como ésta, con los problemas de movilidad que tiene, las distancias tan largas que hay que recorrer y el hecho de que la mayoría de colegios queden ubicados en zonas retiradas, bien valdría la pena analizar una ampliación en el horario de entrada.

En Europa por ejemplo, la jornada inicia a las 9 de la mañana y en otras latitudes a las 8. Ahí dejo esta inquietud que ojalá recoja algún concejal de la ciudad preocupado por el bienestar de nuestros niños. Así tal vez no tendrían que levantarse tan temprano, bañarse a oscuras, desayunar antes de que amanezca y seguramente aprenderían a disfrutar en el colegio, algo más que la hora del descanso.