Uno de los más deliciosos y entrañables recuerdos de mi tierra es el de las brisas que llegan cada año cumplidamente a refrescar los calurosos días y noches del Caribe. Lo mejor, es que hacen su entrada en diciembre, para darle un toque sin igual a esos días navideños de nostalgia y alegría, y con suerte, se extienden durante enero y febrero.
Por las mañanitas, traen aromas deliciosos a las flores de los árboles de roble y acacia que florecen también en esta época, y a lo largo del día, azotan puertas, levantan faldas y desbaratan peinados. Por las noches, amenazan con tumbar techos y si no se toma la precaución de cerrar bien las ventanas, producen al colarse un silbido inconfundible que se parece a los que se oyen en las películas de miedo.
Esas ventoleras locas han inspirado incluso títulos de novelas famosas como la de Marvel Moreno,
En diciembre llegaban las brisas, y canciones memorables como la de Joe Arroyo,
Tumba techo, o
playa, brisa y mar de Rafael Campo Miranda, y claro, por estos días, los titulares de las noticias que vienen de la región.
“Brisas disparan alarma en 3 departamentos” titula hoy El Heraldo de Barranquilla y reporta la caída de paredes, cables eléctricos, vallas y techos de escuelas y viviendas en distintos lugares de la zona. El reporte da cuenta de un fenómeno meteorológico que atraviesa la Costa Atlántica y que los expertos llaman ‘frente frío’, al tiempo que despeja dudas sobre la aparición de algún huracán o vendaval.
Por cuenta de estas brisas bravas las autoridades han decretado restricciones para embarcaciones pequeñas, debido al fuerte oleaje que se presenta en las zonas costeras, así como para los bañistas.
Y es que de verdad nada resulta más incómodo que pretender disfrutar un día de playa en esta temporada de brisas. Apenas se pone un pie afuera del carro, se empieza a sentir el azote de la arena sobre la piel. Después viene la odisea de poner la toalla en el suelo para tomar el sol, para lo que hay que armarse de palos, sillas y de cuanto objeto pesado haya para lograr sostenerla. Sin perder la motivación, decide uno entonces echarse bronceador, y en minutos, se está cubierto de una capa gris que al restregarla, parece una lija sobre la piel. Meterse al mar es otro reto. El color, no provoca, pues tiene un marrón característico de agua revuelta con tierra, y la temperatura tampoco ayuda. El agua por lo general, en estos días de brisas, está fría y llena de palos, matas, raíces y demás. Decide uno entonces envuelto en la toalla, con piel de gallina, comer algo para no perder la ida. Pero resulta que la sopa de pescado que se veía tan provocativa, termina helada en cuestión de segundos, y los patacones y las huevas socatos, mientras tratas de sacarte la arenita de los ojos, y aguantas con la otra mano la botella de gaseosa que tambalea.
Finalmente, fijo acaba uno correteando por la orilla la gorra o la visera que salió volando con el ventarrón varios metros adelante, y gritándole con desespero al ‘man’ de la caseta - que ni te oye, ni te ve bien por el zumbido del viento-, que traiga la cuenta volando, por supuesto.
Pero con todo y eso, por encima de todo lo anecdótico, y de los inconvenientes que traen y los destrozos que ocasionan, las brisas para los costeños de allá y de acá, siempre serán un aliciente, un recuerdo de esos imborrables que uno añora y atesora, y que desempolvan la memoria cada año.
(Foto: El Heraldo)
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