El pasado domingo cuando acepté la invitación de un gastroenterólogo endoscopista a hacer un par de procedimientos rutinarios para él, nunca imaginé que viviría una experiencia tan extraña. Antes de las 8 de la mañana, en lugar de estar en mi cama leyendo la prensa, estaba ya sentada en la sala de espera de la unidad de gastroenterología del Policlínico del Olaya, una clínica de alto nivel de complejidad ubicada en la calle 22 sur de la capital.
Los procedimientos que tenían pendientes para ese día en la unidad, eran una endoscopia y una colonoscopia para realizar extracciones de cuerpos extraños. Mientras atendían a una paciente de 55 años que tenía atrancada una espina de pescado en su esófago, yo trataba de tranquilizar al paciente en turno quien sentado en una silla de ruedas y conectado a un suero en su mano derecha, se agarraba la cabeza con la otra, con desesperación.
“No se preocupe, que eso es molestoso pero rapidito” le dije con ánimo de tranquilizarlo y acudiendo a mis experiencias pasadas con el incómodo examen de endoscopia. Sin embargo, él sabía lo que se le venía, y por eso me contestó desanimado “es que lo mío es por abajo”. Ahí sí, sin ninguna experiencia, le dije, “bueno pero no se preocupe piense que ya todo va a pasar”. Pedro me cayó bien, tenía una sonrisa sincera e incompleta pues le faltaban sus dientes premolares. Sus uñas estaban mugres y lo ví extremadamente delgado. “¿Por qué te pusieron ese suero?, le pregunté. Me explicó que era para alimentarlo por ahí pues no había podido comer nada en 24 horas a causa de un `taponamiento`. Una obstrucción intestinal me imaginé.
Pero a los pocos minutos me enteraría que el taponamiento de Pedro, un joven homosexual de 33 años era literal y más complicado de lo que creía. El cuerpo extraño que debían extraerle era una tapa plástica de betún, que se le refundió en su recto luego de introducirla en su ano para estimularse sexualmente.
“No puede volver a hacer esto”, le decía el especialista con voz de regaño, “ hay personas que se han muerto por esto”, le explicaba mientras luchaba con una pinza pegada a un cable para poder sacar la tapa negra atrancada en el recto de Pedro. Si la tapa no salía, el paso siguiente era llevarlo a cirugía para extraerla, pero corría el riesgo de haberse perforado e incluso de quedar sometido en adelante a una colostomía para poder defecar. “Eso significa que tendría que quedar conectado a una bolsa en su estómago para poder hacer popó”, le advirtieron.
Sin embargo, en este punto Pedro ya no asimilaba nada, él se retorcía del dolor en la camilla y clamaba porque todo terminara rápido. “Ayyy, auxilio, no aguanto más, ayúdenme!” gritaba desconsolado mientras sin mucha consideración , dos auxiliares de enfermería trataban de calmarlo para seguir el procedimiento. “Señor afloje la cola y no se tensione, puje y quédese quieto que se va a caer” le reclamaban las enfermeras. Fue entonces cuando decidí entrar y ayudar a mi manera al pobre Pedro. Así que ahí estaba yo en la esquina de la camilla, dándole la mano para que la apretara y sobando su espalda mientras al mejor estilo de la enfermera de Juan Luis Guerra le repetía al oído:” tranquilo Pedro tranquilo”.
Finalmente después de mucho esfuerzo gracias a Dios y al trabajo del especialista, la tapa salió y a Pedro le volvió el alma al cuerpo. A los cinco minutos ya estaba otra vez sentado en la silla de ruedas conversando conmigo, y ahora sin ningún `tapujo`. “Cuando llegué al orgasmo, eso se me contrajo y se la chupó y yo pujé pero no salió nada”, me describió ya con la intimidad que nos había dado compartir aquella situación.
Ese día Pedro estaba solo en la clínica pues no se había atrevido por vergüenza a contarle a su mamá ni a sus hermanas por lo que estaba pasando. Allí lo dejaron en observación por 48 horas y le ordenaron otro examen para descartar que haya habido alguna perforación. La enfermera se quejó conmigo y me dijo: “imagínese hace poco llegó otro igual pero con un frasco de mayonesa adentro”.
Y es que a pesar de que en el mundo las prácticas eróticas anorrectales han venido tomando auge, aún es visto con curiosidad y asombro cuando los pacientes llegan a las instituciones de salud con cuerpos extraños retenidos en el recto. Según explica el coloproctólogo Edwin Baez, en un artículo publicado en la Revista colombiana de Gastroenterología, la frecuencia de las prácticas sexuales "poco comunes" en nuestro medio es desconocida. Alguna aproximación se puede obtener de la estadística australiana, donde en una muestra de más de 19.000 pacientes el 12% de los hombres y el 14% de las mujeres habían utilizado un juguete sexual.
Pero más allá de la curiosidad de su caso, Pedro con su sonrisa desdentada y su mirada de desamparo, despertó mi solidaridad y algo así como el instinto cristiano de `socorrer al enfermo`. También me hizo reflexionar sobre lo duro que la deben ver los homosexuales en este país y en muchos otros, donde deben lidiar con el temor al rechazo y la vergüenza desde sus propias familias, y a la estigmatización.
“Chao y gracias señorita”me dijo Pedro al despedirse, y con semejante piropo ahí sí terminó de conquistarme. Un domingo extraño sin duda pero solidario, aleccionador, muy navideño.
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