Echo para atrás la cinta de mi memoria y no recuerdo en mi infancia ninguna fiesta de cumpleaños organizada para mí.  Con seguridad, igual le pasa a muchos de quienes nacieron como yo en los primeros días de Enero, cuando todavía el guayabo por el año viejo está vivo y el cansancio de los festejos a flor de piel.

Y bueno, tal vez  mis padres nunca me festejaron con una gran piñata, pero eso sí, nunca faltó la celebración. Lo que más me gustaba de cumplir años, de niña, sin duda era el pudín. Me emocionaba ver llegar a mi  papá con la caja de Violy - una antigua repostería de Barranquilla - con una torta de vainilla dentro, decorada con crema pastelera blanca y florecitas de colores pasteles.

También, me encantaba estrenar fijo un vestido y sentirme por un día especial para todos en mi casa, donde a veces sentía que mi existencia pasaba desapercibida entre el montón. Lo cierto es que por estos días, cada año y hasta hoy, mis hermanos sacan a relucir con ternura la anécdota en la que de chiquita me preguntaban cuando era el día de mi cumpleaños y yo respondía: "el ocho nenero".

En esta fecha tampoco faltó nunca otro motivo de alegría:"la cuelga" de mis padrinos. Sin falta, empacada cuidadosamente en papel regalo, llegaba de Bogotá una pijama, una camiseta, un perfumito, unos talcos o cualquier detalle lindo, escogido con amor por ellos: los Abello, para mí.

Hasta ahí los recuerdos entrañables de mis cumpleaños, porque a decir verdad, son más los contras que los pros que saltan a la vista para quienes cumplimos en enero.

El siete, tan pronto los reyes habían coronado el pesebre, mi mamá se apuraba a quitar y guardar toda la decoración navideña que tanto me gustaba y adornaba tan bonita mi casa. Así, el ocho, el día en que algunas amiguitas irían a visitarme, la casa amanecía simple y sin gracia como un cruel recordatorio de que la fiesta se había acabado sin siquiera comenzar.

Y es que así es.  Después del festivo de reyes, se da por terminada oficialmente la temporada de vacaciones y la vida vuelve a la normalidad. La gente a sus trabajos, los viajeros a sus sitios de residencia, los carros a las calles y los noticieros a la realidad.

Un ocho de enero a la gente no le provoca un brindis ni un postre más. Nadie tiene plata, ni ánimo para comprar otro regalo adicional y pensar en seguir celebrando y comiendo es para la mayoría - que ha prometido firmemente arrancar la dieta-, casi un despropósito.

El tema es de pública aceptación, tanto que en esta época en la que todo se comunica en las redes, circulan decenas de memes graciosísimos haciendo chistes de nuestra triste verdad.

Por eso, con los años, también me río de las chanzas de quienes con algo de razón y mucho de burla se conduelen de quienes cumplimos en enero. Yo hasta he aprendido a verle el lado bueno a la fecha. El número ocho me parece bonito, par, cerrado, redondito; Enero: el mes uno, el primero, el que abre nuevas oportunidades.

Dicho lo anterior y con la experiencia recogida durante casi medio siglo, reconozco de corazón, que lo que ahora más aprecio y valoro de cumplir años en esta fecha, son los mensajes, las llamadas y gestos de cariño sincero de amigos, familiares y conocidos, que después de todo, se acuerdan de uno y se esfuerzan por dedicar un momento de su inicio de año a desearnos y hacernos sin duda tener un más feliz cumpleaños.