En el corregimiento de Tacamocho, en el municipio de Córdoba (Bolívar) la gente está asustada. El río que por años les ha dado de comer y beber, ahora amenaza con arrasarlos. En este pueblo hirviente a orillas del Magdalena viven unas 2.500 personas que subsisten del cultivo de ajonjolí, yuca, maíz y claro, la pesca.
Ya en el 2010 padecieron los estragos de la ola invernal que azotó la Costa Atlántica. "El agua nos cubrió hasta los techos", recuerda Yerny, madre de familia de 19 años, mientras entretiene a su hijo menor con un limón.
Aquí, la fuerte erosión en la orilla del río se ha ido tragando la tierra desde hace años y el Magdalena se les viene de frente. El jarillón de protección se está debilitando. En el último año, dicen los habitantes, el avance de las aguas del río sobre la cabecera del corregimiento ha sido constante y temen lo peor ya que el nivel del agua aumenta con las lluvias. "Eso es a cada rato que uno oye prum, y ve que se derrumba la tierra y se nos entra más el agua", narra José, otro tacamochero preocupado.
En Tacamocho la gente come solo dos veces al día porque no hay para más. Beben el agua que recogen de la orilla del río, luego de medio "tratarla" ellos mismos con alumbre. Allí mismo se bañan. La población infantil sin embargo es numerosa y creciente. Las jóvenes según me cuenta Yerny, se "van a vivir" muy temprano con sus parejas, apenas cumplen los 12 o 13 años. "Aquí la que menos hijos tiene, tiene tres, y muchas tienen hasta de a seis".
Las mujeres de este corregimiento no trabajan porque no hay en qué, además, porque cuidar tantos niños no les dejaría tiempo. Los hombres pescan y siembran unos pocos cultivos de pan coger. Los niños juegan sin zapatos, sin juguetes y casi sin ropa. Todos, llevan la pobreza untada de los pies a la cabeza.
Pero pese a tanta escasez son personas amables y uno diría que felices. El día de nuestra visita con el equipo directivo de Cormagdalena, que inspeccionaba la situación en el lugar, salió media población tacamochera a la ribera a esperar la lancha oficial. No precisamente para recibirnos, sino porque esperaban a un cantante vallenato que les animaría las fiestas patronales. "Pensamos que era Farid Ortiz que nos dijeron disque venía a cantarnos", cuenta con gracia una jovencita bajo el inclemente sol de esta región.
El problema de la erosión progresiva no es nuevo para ellos, han aprendido a convivir con esa amenaza desde hace años. Por inundaciones pasadas del río les ha tocado reubicarse muchas veces. Tanto, que muchas familias han emigrado a otro corregimiento cercano que hoy se llama Tacamochito. Por estos días volvieron a lanzar un SOS y las autoridades departamentales están atentas a intervenir.
Dejé Tacamocho con una mezcla de sentimientos. Conmovida por ver a esas madres adolescentes sentadas en sillas plásticas mirando lejos al río, viendo pasar sus días y quizás sus sueños con la corriente; a tantos niñitos de todas las edades, correteando descalzos, sucios y sin muchas oportunidades. Pero motivada a la vez por constatar que con tan poco se puede ser feliz y vivir en paz; por saber que por fin hay en marcha un proyecto serio para recuperar el río, y volver la mirada sobre esta población ribereña, olvidada desde hace tanto tiempo.
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