Sin falta, cada año al llegar la última semana de abril empezaba la hambruna. Era una hambruna voluntaria pero no por eso menos agobiante. La hora del recreo era una tortura, veía desfilar ante mí deditos de hojaldre, pastelitos de bocadillo o platanitos de bolsa y se me iban los ojos. Pero ahorrar la plata de la merienda era un sacrificio que hacía con gusto. Así podría juntar la plata necesaria para comprarle aquel perfumito o juego de sombras que ya había visto en la droguería Nueva York del barrio.
Al acercarse el segundo domingo de mayo, yo ya tenía juntada la plata necesaria y podía ir a comprarle el regalito que con tanto empeño había procurado. Ella siempre se mostraba feliz con el regalo, y yo me sentía en todo caso orgullosa de haberle comprado aquello con mi propio esfuerzo, aunque no creo que supiera cuantos crujidos de tripa en el colegio me había costado.
Lo cierto es que a ella nadie le enseñó a ser mamá. Y no es que encaje dentro de la repetida frase con que nos excusamos ahora los padres modernos al explicar las dificultades de crianza y entendimiento con los hijos. Es que ella en verdad no supo lo que fue crecer con mamá. Quedó huérfana de madre apenas a sus ocho años, y siendo la sexta entre siete hermanos, debió criarse bajo el cuidado de las empleadas del servicio, y su mejor referente maternal, fue su hermana mayor quien debía multiplicarse entre el trabajo para ayudar a su papá y el cuidado de sus otros hermanos.
Así que se puede decir que su vasto conocimiento maternal fue puro instinto. Y vaya qué instinto. Armada sólo de él y de una dosis inagotable de amor, desplazó su vida entera y sus sueños para dedicarse hasta hoy, a la atención de sus cinco hijos y esposo.
La verdad es que ella habría podido ser una excelente ejecutiva comercial, vendedora o asistente de cualquier empresa. Terminó su bachillerato en secretariado bilingüe comercial y era un “hacha” para escribir en taquigrafía y mecanografía. Además, con esa sonrisa sincera que aún hoy conserva y su personalidad que nunca conoció la “pena”, habría podido abrirse las puertas que quisiera.
Pero se decidió sin dudarlo y con total dedicación a desempeñar el oficio más largo del mundo: ser mamá de cinco hijos, cuatro mujeres y un hombre que seguimos siendo su única preocupación hoy cuando está a las puertas de entrar a sus 70.
Ella olvidó a sus amigas para conocer al detalle las de sus hijas. Renunció a vestir a la última moda para gozársela a través de ellas, se perdió de bailes y viajes para recrear los suyos alimentados con los detalles que le contaban sus hijos y hasta su vanidad y su belleza la entregó por los suyos.
Tenía un cabello precioso, largo, parejo y brillante de un negro azabache y las piernas más lindas que he conocido. Cocinaba como los dioses, con la sazón que le transmitió mi abuela paterna. Pero la verdad a ella nunca le gustó que le admiraran esta habilidad. Odiaba la cocina y que nos quedáramos sin empleada dómestica, era la única forma de poderla ver de mal humor. Entonces tiraba ollas, refunfuñaba, y al llegar al medio día estaba como un león enjaulado, pues no soportaba el encierro de la cocina.
Lo que más disfrutábamos con mis hermanos era verla tirándole trompadas al aire a mi papá , a sus espaldas, cuando aún sin terminar el almuerzo, le preguntaba “¿y qué me vas a dar de comida?”. Entonces, ella llena de odio apretaba los dientes y hacía la mímica de que le iba a mandar un puño, y muchas veces el cucharón o el cuchillo que tenía en la mano. Sentados ya en el comedor y con nuestro papá instalado en la cabecera con su halo de dictador, debíamos aguantarnos la risa que nos producía ver aquello.
Ella mataba el stress de ser ama de casa y con seguridad sus sueños frustrados, leyendo novelas de suspenso, o las de amor de Corín Tellado que traían las revistas Vanidades y Buenhogar, sus favoritas. También, fumando cigarrillos Kent, comiéndose las uñas y buches de arroz crudo, que cargaba en los bolsillos de su ropa. Tantos años después, cambió el Kent por el Kool, sigue recurriendo a las uñas postizas, e incrementó su gusto por el arroz, claro que por fortuna ya no crudo, pero cocido, se puede comer montañas.
Me encantaba verla bailar cuando se tomaba en ocasiones especiales unos tragos de licor, se ponía más alegre y estiraba el brazo derecho hacia adelante, bailando con sabor. Su risa siempre fue contagiosa, y su vocabulario rico en vulgaridades que a ella le sonaban sabrosas, y de palabras y dichos que se inventaba y forman parte de nuestro léxico familiar. Así, ella pedía que le pasaran “la guandoca”, que le guardaran algo en aquella “cotoplita”, se le caía “la mondaca”, y siempre tuvo dificultades para “obrar”. Su buena memoria nunca fue su fuerte, por eso cuando guardaba algo, significaba que había que darlo por perdido, aunque ella siempre insistía: “yo lo guardé, yo me acuerdo que yo lo guardé” .
Acuñó frases con palabras que ya luego nos acostumbrábamos a oírlas juntas, de cuentos chistosos o referencias a anécdotas de su vida, así: en mi casa se fritaban las “tajadas.. del viejo Carlos”, no se preguntaba cómo te parece?, sino cómo te parece Alberto?, los tenis del colegio cuando estaban limpios no se veían blancos , sino “monos, rubios ojos azules”, una cosa que aparentaba ser de buena calidad “metía los monos” , si algo estaba muy sucio, mi mamá le decía “cucalludo”, si tocaba ir sola a algún lado, entonces era “sola como una perrita” y alguien malo era un “malvado lalo”. Todos los accidentes caseros los solucionaba con “un poquito de varsol” pero sin ninguna duda, lo mejor eran sus canciones de cuna, con las que nos arrulló a mi y a mis hermanos y que le cantó a cada uno de sus 10 nietos.
La verdad si este no fuera un blog abierto a todo tipo de público me atrevería a recitar alguna de sus originales letras, pero como todas sus sonoras canciones de cuna hacen referencia explícita a las prostitutas del barrio chino o al órgano sexual de los burros, es mejor guardar prudencia. Lo cómico es que todos sus refranes y sus frases se han ido transmitiendo hasta sus nietos, y hoy disfruto al descubrir a veces a alguno de mis sobrinos o a mis propios hijos recitando con propiedad algún dicho de su abuela.
Siempre nos ha enseñado la alegría, su gusto por servir y su corazón bondadoso. No en vano mi papá se queja a veces de que se ha convertido en una bolsa de empleo ambulante, pues a punta de teléfono, recibe peticiones a diario y se ofrece a recomendar y buscarle trabajo a cuanto hijo, sobrino, ahijado, primo, o hermano de algún conocido de alguien que pueda ayudar.
Por eso , ni si quisiera si emprendiera una huelga de hambre en lo que me resta de vida podría ahorrar lo suficiente para retribuirle a mi mamá tanta dedicación y devoción a sus hijos. Y como sé que es quizás la fan número uno de este blog, y otro año más por la distancia, me perderé de abrazarla en esta fecha y en su cumpleaños, decidí regalarle estas palabras de amor que la gradúan con honores en su papel de madre. !Gracias por ser tan hermosa y feliz día mamita!
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